Comprometidos con el desarollo

El ocaso de una metrópoli: consecuencias de la peste sevillana del siglo XVII (PARTE II)

Niños comiendo uvas y melón. Hacia 1650. óleo sobre lienzo.  Bartolomé Estebán Murillo. Alte Pinakothech, Munich.

Efectos de la peste de 1649: colapso económico y social

La peste que asoló Sevilla en 1649 fue uno de los episodios más trágicos de su historia y marcó el inicio de un largo periodo de decadencia económica, social y demográfica.

Impacto Demográfico y Social

  • Desaparición de familias completas: La alta mortalidad afectó a todos los estratos sociales, pero las clases más humildes, que vivían en condiciones insalubres, fueron las más afectadas.
  • Cambios en la estructura social: La muerte de artesanos, jornaleros y trabajadores del puerto causó una parálisis en actividades clave, lo que afectó tanto a la economía local como a la organización social.
  • Auge de la religiosidad: La desesperación llevó a un aumento de las expresiones religiosas. Se intensificaron las procesiones, los votos a santos protectores como San Roque, y las hermandades caritativas, como la liderada por Miguel de Mañara, cobraron un papel central.

Colapso Económico

Sevilla, que ya había perdido parte de su relevancia comercial debido al declive del monopolio del comercio con América, sufrió un golpe letal a su economía:

  • Falta de mano de obra: La disminución drástica de población afectó sectores clave como la agricultura, el comercio y la construcción.
  • Interrupción del comercio: La peste paralizó el tráfico marítimo en el puerto, ya que muchas embarcaciones evitaron Sevilla por miedo al contagio. Esto profundizó la crisis económica de la ciudad.
  • Descenso en la recaudación de impuestos: Con menos población y menor actividad económica, las arcas municipales se vaciaron, dificultando la reconstrucción y la atención a los necesitados.

Efectos urbanos y sanitarios

La epidemia también tuvo un impacto significativo en la estructura y gestión de la ciudad:

  • Crisis sanitaria: La incapacidad para controlar la enfermedad reveló la precariedad del sistema sanitario de la época. Aunque se improvisaron hospitales y lazaretos, la infraestructura resultó insuficiente frente a la magnitud del desastre.
  • Cementerios improvisados: Los muertos se enterraron en fosas comunes, como en el antiguo convento de San Diego, dejando un paisaje urbano marcado por el duelo y la desolación.
  • Reconfiguración urbana: Tras la peste, muchos barrios quedaron despoblados y abandonados. La falta de recursos para reconstruir agravó el deterioro urbano, especialmente en las zonas periféricas.

Consecuencias sociales y culturales

La peste no solo dejó una huella demográfica y económica: también transformó las mentalidades y la vida cultural de la ciudad. Ante la incapacidad de la ciencia de la época para dar respuestas, muchos recurrieron a la religión como única esperanza. Se multiplicaron las procesiones de penitencia, los votos públicos a santos y vírgenes, y las expresiones de espiritualidad popular.

El mundo del arte tampoco se libró del impacto; la peste se llevó a muchos sevillanos, entre ellos a algunos  personajes ilustres, uno de ellos el insigne escultor Juan Martínez Montañés el 18 de junio de 1649, Juan del Castillo o Alonso Cano (padre)

Bartolomé Esteban Murillo tuvo más suerte y logró sobrevivir. Pero lo vivido y las consecuencias de la peste, tuvieron un impacto profundo y transformador en la vida y obra del pintor.

Pero esa «consternación» marcará parcialmente a su pintura de género, con el recuerdo de «los huérfanos o hijos de la peste », reflejando como «los niños y jóvenes sorteaban con dignidad la pobreza con esporádicas tareas de servicio». Esa dignidad la imprimirá Murillo a los protagonistas de cuadros como «Niño espulgándose» (1649-1651) o «Niños comiendo uvas y melón» (hacia 1650). Lo que hace la obra del pintor sevillano tan interesante es cómo interpreta esta situación calamitosa. Mientras otros artistas muestran las penurias, la muerte en las calles, la realidad palpable. Murillo se dedica a sacar lo cotidiano, pero con una belleza que se refleja sobre todo en la infancia. Niños que pese a no tener donde vivir o qué comer, los muestra con total dignidad, con la alegría que sólo la ignorancia de la infancia es capaz de mostrar. Fue capaz de transmitir lo que la sociedad sevillana necesitaba y no tenía, un hilo de esperanza en su día a día.

Niños comiendo uvas y melón. Hacia 1650. óleo sobre lienzo. Bartolomé Estebán Murillo. Alte Pinakothech, Munich.

Eso no le restaba ni un ápice a que contara la realidad que vivían las clases sociales más pobres de la ciudad. Murillo muestra a niños con sus harapos tirados por los suelos, comiendo lo poco que han conseguido (seguramente robado), unos tristes camarones y se atreve a representar directamente al espectador algo que nunca se había hecho. El niño muestra de frente las plantas de sus pies completamente sucias, una imagen impensable y que sólo un artista como Murillo es capaz de enseñar esa realidad con la dulzura que merece, sin que resulte grotesco.

Joven mendigo o Niño espulgándose.1650. óleo sobre lienzo. Bartolomé Estebán Murillo. Museo del Louvre

Conclusión: entre la historia y la memoria

La epidemia de peste que asoló Sevilla en 1649 no fue un episodio aislado ni únicamente sanitario: fue una auténtica catástrofe multidimensional que marcó un antes y un después en la historia de la ciudad. Su impacto no se limitó a la abrumadora pérdida de vidas humanas —que redujo a la mitad la población sevillana en cuestión de meses—, sino que desató una cadena de transformaciones profundas en todos los planos de la vida urbana.

En el plano demográfico, la mortandad masiva alteró la estructura poblacional, dejando barrios enteros vacíos, oficios sin relevo y un tejido social roto. Esta crisis de población tardó décadas en corregirse y afectó directamente a la capacidad productiva de la ciudad.

Desde una perspectiva económica, la peste precipitó el declive de Sevilla como eje comercial del imperio español. La paralización del comercio con América, el colapso de la actividad artesanal y la ruina de numerosas familias provocaron un cambio de ciclo. La progresiva pérdida de protagonismo en favor de Cádiz, ya iniciada, se vio acelerada por los estragos de la enfermedad.

En el terreno social, la epidemia puso en evidencia las desigualdades estructurales: los sectores más pobres fueron los más expuestos al contagio y los que menos medios tuvieron para protegerse. Las diferencias en la mortalidad, el acceso al auxilio y la capacidad de recuperación ampliaron la brecha entre clases y reforzaron las jerarquías preexistentes.

A nivel cultural y religioso, la peste dejó una huella imborrable. El miedo, la búsqueda de sentido y la desesperación dieron lugar a una intensificación de la religiosidad popular, a la proliferación de procesiones, exvotos y promesas, y a una producción artística marcada por la muerte, el juicio final y la penitencia. El arte barroco sevillano refleja con crudeza ese mundo trastornado por la fragilidad humana y la presencia constante del fin.

En definitiva, la epidemia de 1649 no solo fue un drama de salud pública: fue una experiencia total que transformó radicalmente a Sevilla. La ciudad que emergió tras la peste era distinta: más empobrecida, más temerosa, más introspectiva. Entender este episodio desde todas sus dimensiones no solo permite reconstruir una parte esencial de la historia sevillana, sino también reflexionar sobre la capacidad de las sociedades para adaptarse, resistir y reinventarse ante el desastre.

La peste de 1649 marcó el inicio de un prolongado declive para Sevilla. La ciudad, que había sido el centro neurálgico del comercio internacional durante el Siglo de Oro, perdió su protagonismo económico y político frente a otros núcleos como Cádiz. A pesar de ello, esta tragedia también dejó un legado de solidaridad y organización comunitaria, reflejado en el auge de instituciones caritativas y el reforzamiento de la identidad religiosa de la ciudad.

En resumen, la peste de 1649 no solo diezmó la población de Sevilla, sino que transformó para siempre su economía, su sociedad y su paisaje urbano, marcando el inicio de una nueva era para la capital andaluza.

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